Nick Cave no giraba con su banda The Bad Seeds desde 2017, cuando presentó en los escenarios el repertorio de ‘Skeleton tree’ (2016), su primer disco tras la muerte accidental de su joven hijo Arthur. Ocho años después de aquella obra embrujadora, sigue lidiando con el duelo en el reciente ‘Wild God’, pero esta vez el sentimiento es algo menos oscuro, se da margen al optimismo y se busca lo extático antes que lo meditabundo.
En este último álbum se vuelve a notar, al contrario que en el etéreo ‘Ghosteen’ (2019), el conocido músculo de la banda, y en directo en el Palau Sant Jordi en la noche del jueves, ese poder abrumador tan solo se duplicó, ejerciendo como una especie de masaje sónico para el público que casi llenó unas tres cuartas partes del recinto. En el centro de la ceremonia curativa, un Cave entregado y carismático como cabía esperar, quizá incluso más animado que en otras ocasiones. Líder y equipo, con el violinista Warren Ellis como jugador más valioso, estuvieron climáticos ya desde el arranque con ‘Frogs’, esa canción sobre observar a las ranas y admirar su capacidad para seguir saltando, saltando sin cesar, “asombradas por el amor, asombradas por el dolor“. Presidiendo el escenario, por encima de la banda, un coro de cuatro voces que añadió apropiada energía gospeliana a esta experiencia religiosa.
Tras las nuevas ‘Wild god’ y ‘Song of the lake’, llegó el rescate de una canción, recordó Cave, “jodidamente antigua”: ‘O children’, de ‘Abattoir blues/The lyre of Orpheus’ (2004), sobre “nuestra incapacidad como adultos para proteger a nuestros hijos”. El duelo ya estaba ahí antes de que llegara en serio. Fase seria de catarsis, a continuación, con un par de clásicos (del crescendo) como ‘Jubilee Street’ y la pavorosa y cinematográfica (no solo por el juego de palabras del título) ‘From her to eternity’, en la que Ellis sacó un bramido distorsionado de su violín con los pedales. A los fans de toda la vida fueron dirigidos otro par de rescates inevitables: ‘Tupelo’, su tributo a Elvis y John Lee Hooker, o cerca de la despedida, ‘The mercy seat’. Y para los seriéfilos, ‘Red right hand’, clásico de 1994 reformulado como tema principal de ‘Peaky Blinders’.
De figura gozosamente siniestra que podía cantar temas de terror, Cave ha pasado a ser un oráculo, un as de guía, un gurú para aquellos que quieren aprender a vivir con las ausencias y seguir encontrando algo de gozo en el día a día. Quedó claro con la secuencia que fue de esa oda a la conexión llamada ‘Conversion’ (“¡sois preciosos!”) a una demoledora ‘I need you’, pasando por ‘Bright horses’ y ‘Joy’, esa nueva canción en la que un chico en llamas, un fantasma adolescente, dice aquello de: “Ya hemos tenido todos demasiada tristeza, ahora es momento de alegría”.
Para el bis quedó la ‘groovy’, aunque de luto, ‘O wow o wow (How wonderful she is)’, dedicada a la fallecida hace tres años Anita Lane, la que fuera su socia creativa y pareja en tiempos formativos. Más adelante, otra canción de llorar pero menos, ‘The weeping song’ (“esta es una canción de llanto/ pero no lloraremos durante mucho tiempo”), así como una de llorar sin ambages, ‘Into my arms’, con Cave sentado solo frente al piano. En total, dos horas y media de terapia sanadora.